Nadie te cuenta esto sobre las certificaciones cerveceras
Viajes, inversión, trabajo gratuito… y por qué igual vale la pena.
No te voy a mentir: me pone contenta ver las redes llenas de “soy el primer [completá con el certificado que quieras] de mi [completá con la ciudad, país o rincón del universo que aplique]”. Y no es ironía. De verdad me alegra.
Lo digo con conocimiento de causa: yo también me certifiqué, tengo mis propios títulos, y sé lo que hay detrás. Horas de estudio, práctica, experiencia... y en mi caso, una inversión importante. Porque al ser freelance, no tengo sponsors ni empresas que me paguen estos procesos. Me los pago yo. Y aun así, lo elijo.
A veces, incluso hay que viajar para poder rendir. Tomarte un avión, organizar la agenda, gastar en alojamiento. No todas las certificaciones se pueden rendir en tu ciudad, y eso hace que muchas personas ni siquiera lo intenten. Por eso es tan importante que cada vez haya más profesionales en más lugares: porque eso acerca la posibilidad a más gente. Y eso, para mí, es una victoria colectiva.
Además, no todos los rangos certificados son pagos. Mucha gente que evalúa lo hace ad honorem, por compromiso con la industria, con la educación y con la calidad. Que haya más personas apostando por formarse para dar también es motivo de celebración. Porque el conocimiento compartido mejora todo lo que hacemos.
En el vuelo de vuelta desde Indianápolis vi Talentos ocultos, una peli sobre tres mujeres afroamericanas que trabajaron en la NASA cuando todavía no había ni baños para ellas. Hay una frase que se me quedó grabada: “si no hay protocolo, entonces yo seré la primera. Y a partir de mí, se podrá hacer”. Esa es la idea. Ser la primera no como meta, sino como punto de partida.
Porque al final, las certificaciones cerveceras más relevantes tienen que ver con dar: enseñar, evaluar, acompañar. No se trata solo de llegar, sino de compartir el camino. De abrirlo para más personas. De traducir el conocimiento, de armar comunidad. Porque esta industria –y esta bebida– no existen para que uno beba solo. La cerveza se hace y se disfruta con otros.
Así lo vivo yo. Por eso estudio. Por eso me esfuerzo. Porque quiero que cada vez seamos más los que peleamos por la calidad, por una educación cervecera real y accesible.
Qué querés que te diga, soy una romántica: para mí, ser la primera no es subirse al podio. Es agacharse a correr la valla para que más personas puedan pasar. Es construir camino donde antes había sólo alambrado. Porque si una lo logra, pero nadie más puede seguirle los pasos, entonces no estamos cambiando nada.
Si ser el primero o la primera fue solo una búsqueda de gloria propia, entonces queda en eso: un título guardado en un cajón. Pero si estás dispuesta a abrir puertas, a empujar el cambio, entonces no importa si llegaste antes o después. Porque incluso aunque no seas “la primera”, si lo hacés para que otras puedan llegar… entonces, la primera sos vos.
Gracias cerveza.
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