Una vez al año, el mundo cervecero se paraliza —y se emociona— con uno de los eventos más grandes del sector: la World Beer Cup. La llaman “las olimpiadas de la cerveza”, y no es exageración. Imaginá esto: miles de cervezas compitiendo por ser las mejores del mundo, jueces internacionales, y una maquinaria logística que parece salida de un campeonato mundial. Pero lo mejor es que todo ese despliegue está hecho por y para la cerveza.
Tuve la suerte de participar como jueza en la edición pasada, y este año volveré a hacerlo. En esa primera vez, me tocó estar en la fase uno, y pude dar medalla a estilos lupulados —esos que menciona Chris Williams, Director de Competencia— que son híper volátiles en aroma y se transforman con el paso del tiempo. Evaluarlos frescos, en su mejor momento, es un privilegio sensorial difícil de describir. Una locura hermosa.
Y hablando de medallas: el año pasado DÚA, cervecera asturiana, ganó con su grisette la primera medalla para España. Un logro enorme para la escena cervecera española, que demuestra que hay talento, técnica y calidad de sobra para brillar en una competencia de este nivel.
El corazón logístico: 75.000 muestras en juego
Cuando una cervecería decide competir en la World Beer Cup, no manda solo una lata o botella de su mejor lote. Cada cerveza se envía con entre 8 y 12 unidades, para asegurar suficiente muestra en todas las rondas. Con más de 9.000 cervezas inscriptas, el total ronda las 75.000 botellas o latas individuales.
Todo eso llega a un mismo punto de recepción, donde un equipo de casi 300 voluntarios lo recibe, clasifica y almacena. Así mismo, también son voluntarios los que después se encargan de servir cada muestra con precisión durante las sesiones de evaluación sensorial. Nadie improvisa: cada detalle importa.
Como dice Chris: “Solo el volumen de muestras y el número de personas necesarias para hacerlas llegar a cada juez en el momento justo, en el estado ideal, es una muestra de lo que esta comunidad es capaz de construir cuando trabaja unida por la cerveza.”
El modelo por fases: juzgar cuando la cerveza está viva
Desde la pandemia, el sistema de juzgamiento se hace en fases. No porque sea más cómodo, ya que no es fácil alojar ni organizar las catas con esta inmensa cantidad de muestras, sino también porque garantiza que cada cerveza se juzgue en el momento ideal. Algunos estilos, sobre todo los lupulados, dependen mucho de su frescura. Por eso, se programan las catas más delicadas para el inicio de cada fase, justo cuando esas características están en su punto máximo.
Y ojo: un mito común es pensar que las fases funcionan como eliminatorias, donde la primera ronda es solo un filtro y las medallas se dan al final. Pero no. Cada fase es un ciclo cerrado: si una cerveza empieza su juzgamiento en la fase uno, también se decide su medalla ahí mismo. No se “pasa” de fase.
Esto permite que cada categoría se evalúe con justicia, sin arrastrar muestras ni forzar su conservación más allá de lo ideal.
¿Y cómo se eligen las ganadoras?
La evaluación es a ciegas. Las juezas y jueces no sabemos de qué cervecería es la muestra, ni su origen. Solo tenemos frente al vaso una categoría, un estilo con sus parámetros y nuestros sentidos. Se evalúa color, espuma, aroma, sabor, cuerpo, fidelidad al estilo, balance... todo.
Cada cerveza pasa por varias rondas de cata, y en cada mesa se discute, se argumenta, se busca llegar a un consenso. Lo que se premia es lo bien hecha que está para el estilo al que pertenece. No es lo mismo una West Coast que una Kölsch, y lo que se espera de cada una está definido por guías de estilo súper específicas.
¿Por qué debería importarte esto si solo querés tomarte una birra?
Porque ganar una medalla en la World Beer Cup es como tener un sello internacional de excelencia. No es solo un premio para el productor: es una referencia para el consumidor. Como dice Chris Williams: “Una medalla en la WBC no solo demuestra que una cerveza es excelente y está bien hecha: también señala al consumidor que esa birra es un punto de referencia, un modelo para entender cómo debe saber ese estilo en su mejor versión.”
Eso convierte a las ganadoras en una especie de guía sensorial. Si querés entender qué es una Pilsner bien hecha, o qué caracteriza a una American Stout, una cerveza premiada te lo va a mostrar sin vueltas. Es educación cervecera a través del paladar tanto para el consumidor final como para otros cerveceros que quiere comenzar a elaborar un estilo o mejorar algún otro.
Una coreografía hecha de pasión
Más allá de los números gigantes, lo que emociona es la gente que hace que esto funcione: voluntaria/os que trabajan horas entre pallets y planillas, organizadores que cuidan cada detalle, jueces que viajan desde todos los rincones para dedicarse, con seriedad, a catar con cabeza y corazón.
La World Beer Cup, como European Beer Star o Brusselas Beer Challenge, son celebraciones del oficio, de la calidad, del saber hacer. Una especie de coreografía cervecera que solo puede ocurrir cuando hay amor por el producto y respeto por el trabajo detrás.
Y cuando te toca estar ahí, formar parte de ese engranaje, dar medallas… entendés que la cerveza es mucho más que una bebida. Es cultura líquida. Es identidad. Es alegría bien fermentada.
¿Te vas a perder la próxima?
Atenti: la edición 2025 de la World Beer Cup se celebra en abril. Así que si te gusta la cerveza —y más aún si te gusta viajar y descubrir estilos nuevos—, te conviene estar pendiente de los resultados. Quizás tu próxima escapada incluya visitar alguna de las ganadoras, o buscar si hay una medallista elaborada en tu país. Si es así, brindá fuerte. Y desde ya, ¡mucha suerte a todos los participantes!
Excelente reseña,muy informativa y clara